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El Hombre Que Sedujo A La Gioconda

Язык: Неизвестно
Тип: Текст
Год издания: 2020
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El Hombre Que Sedujo A La Gioconda
Dionigi Cristian Lentini

Esta es la historia del hombre que conquistó y sedujo a la mujer que, indescifrablemente inmortalizada por Leonardo de Vinci, sedujo al mundo con su mirada. Es la historia de Tristano, un joven diplomático pontificio con un pasado misterioso y sombrío que, entre estrategias y engaños, entre aventuras y complots, entre intrigas y guerras de la Italia del Renacimiento, cumplió brillantemente sus misiones, una tras otra, utilizando el arte que mejor conocía, el arma más poderosa: la seducción. Pero llegó el momento en que el destino le encargó la tarea más importante… Un investigador independiente del CNR de Pisa, experto en criptografía y blockchain, encuentra por casualidad en el archivo de una abadía toscana un extraño archivo encriptado que contiene una increíble, extraordinaria e inédita historia… de la cual no puede desprenderse: En una fría noche en la que la historia ensayaba el Renacimiento, mientras los señores de Italia se aniquilaban unos a otros por el efímero control de las fugaces fronteras de sus países, un joven diplomático pontificio con un misterioso pasado prefirió probar su mano en el arte de la seducción en lugar de la guerra. ¿Quién era él? No era un príncipe, ni un líder, ni un prelado, no tenía ningún título oficial… y sin embargo hablar con él era como conferir directamente con el Santo Padre, se movía con facilidad en el complejo tablero político de aquel período pero nunca dejaba rastro alguno, escribía la historia todos los días pero nunca aparecía en ninguna de sus páginas… estaba en todas partes y sin embargo era como si no existiera. De un señorío a otro, de un reino a una república, entre estrategias y engaños, entre aventuras y complots, Tristano cumplió con éxito sus misiones… hasta que el destino le encargó la tarea más importante: descubrir quién era realmente. Para ello tuvo que descifrar una carta de su verdadera madre, mantenida durante 42 años oculta por la casta de los poderosos de la época. Para ello, tuvo que cruzar aquel increíble intersticio temporal indemne de una extraordinaria e inaudita concentración de personajes (estadistas, caudillos, artistas, literatos, ingenieros, científicos, navegantes, cortesanos, etc.) que han cambiado de forma significativa, drástica e irreversible el curso de la historia. Para ello, tuvo que seducir a la mujer que, indescifrablemente inmortalizada por Leonardo da Vinci, sedujo al mundo con su mirada.

Dionigi Cristian Lentini

El Hombre que Sedujo a la Gioconda

CON MOTIVO DEL QUINGENTÉSIMO ANIVERSARIO

DE LA MUERTE DE LEONARDO DA VINCI

La historia que aquí se narra es mera ficción y producto de la imaginación del autor.

La información, las referencias y las menciones históricas que contiene tienen el mero propósito de dar veracidad a la narración.

Cualquier referencia o analogía a hechos, episodios, personajes o lugares que realmente existieron es puramente casual.

Versión original en italiano (2019):

L’uomo che sedusse la Gioconda

[Con motivo del quingentésimo aniversario de la muerte de Leonardo da Vinci]

Esta obra está protegida por la ley de derechos de autor.

Se prohíbe toda reproducción no autorizada, incluso parcial.

© Dionigi Cristian Lentini – 2020

Traducción de Jorge Ledezma Millán

A mi tío Don Giovanni Lentini

Prólogo

“Hola semental ;-) Estuviste fantástico esta noche. No pienses demasiado en ello: no siempre puedes ser John Holmes… :-) En cuanto llegue a la oficina te enviaré algo sobre ese monje donjuán del que te hablé. Que tengas un buen día.”

Tal era el mensaje privado que Francesca acababa de enviarle mientras se dirigía hacia la abadía en su anticuado convertible de metano.

Ni siquiera había escuchado llegar la notificación. De hecho, estaba hablando por teléfono con el profesor De Rango, quien por 33ª vez lo había recomendado para hacer un buen trabajo y sobre todo para saludar al padre Enzo, el abad amigo del rector… y sabe Dios cuántos otros directores y dirigentes.

"Es increíble cómo la red de telefonía celular está tan extendida en esta remota área montañosa", pensó.

Después de exactamente veintisiete segundos, decidió implementar el plan de emergencia previsto en tales casos por el protocolo de supervivencia…….. : "simulación de pérdida repentina de señal, colocándolo en un estado indetectable durante los próximos 30 minutos".

Claudio, de 40 años, un investigador externo del Instituto de Informática y Telemática del CNR de Pisa, con ocho años de cheques y contratos temporales en su currículum vitae, había sido enviado en un viaje de emergencia para lo que los anglosajones llaman “Damage assessment and disaster recovery", en la práctica, una intervención para evaluar el daño y restaurar los datos del archivo digital de una antigua abadía toscana que 48 horas antes había sufrido un ataque cibernético por parte de un habilidoso hacker ruso.

Obviamente la idea de pasar toda la semana en una biblioteca medieval recuperando pergaminos digitalizados, reinstalando sistemas operativos, analizando discos de oración y escuchando cantos gregorianos (sin quizás ni siquiera tener acceso a una película pornográfica), mientras que el mundo exterior se ocupaba de la cadena de bloques y la criptografía, no le parecía particularmente excitante.

En el último año no había producido ninguna publicación científica. Y no porque no hubiese investigado lo suficiente o no hubiese logrado resultados concretos… …quizás simplemente porque no había encontrado nada realmente interesante que valiese la pena compartir con el resto del planeta. Por ello, a la primera oportunidad, solían burlarse de él sus colegas, quienes, a diferencia de él, publicaban y patentaban cada flatulencia que emitían en el aire después de una comilona de frijoles en Valleriana.

En resumen, aquella mañana ni siquiera su CD de "Hotel California" de The Eagles podía levantarle el ánimo.

Llegó a la cima de la abadía a las 9:37 a.m., justo cuando las guitarras de Don Felder y Joe Walsh terminaban uno de los solos más hermosos de la historia del rock.

"Oh, doctor, bienvenido a nuestra casa. El Reverendísimo Padre lo esperaba desde ayer… Venga, venga, le explicaré todo".

Un cordial y alarmado fraile le dio la bienvenida, señalando inmediatamente el camino hacia el archivo violado.

La situación era menos grave de lo que había imaginado: el servidor principal estaba caído, un troyano ransomware había encriptado la mitad de todo con una clave AES de 2048 bits y exigía un rescate de 21 bitcoins, la mayoría de los frailes ni siquiera sabían qué eran ransomware y un bitcoin, pero afortunadamente la restricción (sólo lectura/escritura) para acceder a los permisos de los archivos en el archivo de copia de seguridad se había mantenido … y también – luego dicen que no es cierto que los monjes tienen suerte- la última copia disponible que el procedimiento de sincronización automática y copia de seguridad había producido 16 horas y 18 minutos antes del ataque. En resumen, si no hubiera estado en un lugar sagrado, nuestro investigador sin duda habría exclamado: "¡¿Qué demonios…?!"

Por tanto, la gran mayoría de la información estaba a salvo. Sólo era cuestión de erradicar la infección y restaurar unos 9 terabytes de escaneos de manuscritos y libros digitalizados, para después devolverlos manualmente desde los discos de copia al disco principal. Lo que alivió aún más a Claudio fue que aquella operación se podía realizar también desde Pisa, evitando así que su ya estropeado paladar entrara en contacto con los suculentos platos de aquel infame restaurante con tres estrellas en la Guía Michelin llamado "refectorio".

Así que, después de sólo 4 horas, Claudio le dio las instrucciones necesarias para la restauración del host al fraile que le pareció más despierto, retiró los elementos esenciales del estante, cargó todo en el automóvil y regresó a casa.

Ah, mientras tanto el smartphone había empezado a recibir la señal de nuevo y el punto rojo de la derecha indicaba dos mensajes:

– El primero, del siempre simpático profesor De Rango, decía textualmente: "¡Ni siquiera los novatos más banales hacen más uso de tales trucos! ¡Ese teléfono ahí arriba tiene una gran recepción! Entiendo que te rompo los… ¡¡¡pero es importante!!! Avísame tan pronto como lo hayamos resuelto. Gracias".

"Sí, 'nosotros'… " pensó.

– El segundo mensaje, de Francesca, contenía una foto de un extracto de periódico de hacía dieciocho años.

Su novia, en efecto, al enterarse del viaje de Claudio a dicho monasterio, había conseguido sacar, de los archivos del periódico local para el que trabajaba, una copia del artículo que narraba la oscura historia de la muerte del Padre Sergio, un joven fraile rompecorazones, asesinado por un marido celoso que no soportaba que su mujer acudiese a confesarse tan a menudo.

El cadáver había sido encontrado frente a un retablo en un escenario espantoso a medio camino entre "El Código Da Vinci" y "Seven", entre "El Nombre de la Rosa" e "Instinto Básico".

Desde entonces el caso había sido desestimado, pero nadie había logrado entender lo que significaba realmente la palabra escrita con sangre y que el luminol del R.I.S. había revelado sobre el hábito del pobre clérigo: "sinemensura".

Probablemente, de hecho, casi seguramente, si no hubiera leído dicho artículo, con más de 37000000 archivos para analizar y la final de Roland Garros en la TV, el investigador no se habría detenido en aquel pequeño directorio del sistema de archivos del último disco llamado "Padre Sergio".

En su interior, encontró docenas de archivos de poemas de amor, fotos de bellas mujeres jóvenes y un solo archivo de extensión ".axx", un formato encriptado protegido por contraseña.

Claudio sabía muy bien que la probabilidad de adivinar la contraseña (de 11 caracteres de 95 posibles) era de casi 0,00000000000000000175 % y que con un ataque de fuerza bruta de 100000 intentos por segundo podría tardar unos 1.000 millones 803 millones de años en descubrirla, pero, por una vez, dejó de lado los números y decidió hacer un solo intento:

Escribió “sinemensura” y allí, como si fuera el cofre abierto del tesoro de un pirata, comenzó a emerger la historia más bella que jamás hubiese leído.

I

La Guerra de Ferrara

Noviembre 1482

El gélido viento de aquella tarde de invierno no azotaba a los mirlos del Castillo de San Giorgio tanto como el viento de la pasión que corría por sus venas palpitantes.

Era el mes de noviembre del Anno Domini de 1482, Mantua estaba helada, desierta… y Beatriz estaba acostada en la cama de su habitación con una mirada soñadora, fija en las águilas imperiales que adornaban el techo… y una imaginación recién descubierta saturaba su mente… pensamientos indecibles que, para una dama de su rango, estaban cerca de la indecencia. Sabía que cuando el parloteo de los sirvientes Gonzaga dejara el piano nobile, él, el encantador diplomático ahora señor de su juicio, llegaría, cuidadoso y aprovechando la temeraria ausencia de su primo y prometido (el marqués, junto a su padre, había estado luchando durante dos días bajo las murallas de Ferrara en la vigorosa defensa de la familia Este, amenazada por los venecianos del conde Roberto di San Severino).

En efecto, Girolamo Riario, codicioso señor de Imola y Forlì, bajo el patrocinio de su tío Sixto IV, con el objetivo declarado de tomar posesión del Ducado de Ercole d'Este en poco tiempo, había logrado persuadir al dux de Venecia de la necesidad de declarar la guerra a Ferrara, culpable de amenazar durante algún tiempo el monopolio del comercio de la sal en Polesine.

La Casa de Este, sin duda más refinada que militarizada, estaba relacionada, no casualmente, con el Rey de Nápoles (Hércules se había casado con la hija de Fernando de Aragón, Eleanor) y había podido forjar alianzas con los vecinos señoríos italianos, incluyendo el de Ludovico María Sforza conocido como el moro, a quien el Duque de Ferrara había prometido casar con una de sus hijas en tiempos menos turbulentos.

Así, toda la península se dividió pronto en dos bloques armados: por un lado el Estado Pontificio con Sixto IV, Imola y Forlì con el Riario, la República de Venecia, la República de Génova, el Marquesado de Monferrato y el Condado de S. Según Parma; por otra parte el Ducado de Ferrara con Ercole d'Este, el Reino de Nápoles con Fernando de Aragón, el Ducado de Milán con Ludovico il Moro, el Marquesado de Mantua con Federico Gonzaga, el Ducado de Urbino con Federico da Montefeltro, el Señorío de Bolonia dominado por Giovanni Bentivoglio y la República de Florencia con Lorenzo de' Medici.

Después del verano las tropas venecianas tenían una clara ventaja: habían conquistado Rovigo, asediado Ficarolo, tomado Argenta y ahora asediaban también Ferrara. La situación se había vuelto aún más crítica para los Estensi desde que el líder más experimentado de la coalición anti-veneciana, el infame Federico da Montefeltro, había muerto de fiebre palúdica en septiembre.

De manera inesperada, el pontífice, que entre tanto había derrotado a los napolitanos en Campomorto, decidió repentinamente poner fin a las hostilidades de su parte, llevando a cabo negociaciones con el Rey de Nápoles. Ludovico il Moro, quien, de hecho, trabajaba en la diplomacia, había logrado convencer a los asesores más cercanos del Santo Padre de que la rápida expansión de la Serenissima en el norte de Italia corría el riesgo de hacerse más peligrosa y amenazadora, tanto para Milán como para Roma; por lo tanto, continuar aquella costosa guerra sólo para satisfacer las locas ambiciones del Riario no era en absoluto conveniente para nadie.

Era de esperarse que Venecia, a un paso de la victoria final, obviamente no tuviese intención alguna de retirarse, al contrario, quería cerrar el juego, antes de que el invierno se volviera aún más riguroso.

Aquella tarde los lagunari, aprovechando una jugada temeraria de sus adversarios, habían decidido lanzar un nuevo ataque desde el norte contra la guarnición de Francesco Gonzaga, quien se esforzaba al máximo por resistir a la fuerza contraria, concentrada más que nunca en la estrategia defensiva y totalmente ajena a lo que estaba a punto de suceder en los suntuosos salones de su bello palacio…

Fueron sólo dos golpes en la puerta: parecía que el joven pretendiente estuviese tocando una campana, como el pesado péndulo de su mente, que ahora oscilaba entre el pudor extremo y la extrema audacia.

No es que ella despreciara el peligro en el cual se encontraba su marqués, luchando entre las ballestas y los arcabuces, pero también requería de verdadero coraje sostener aquella llave, girarla y permitir que su amante cruzara aquel umbral, el último baluarte de un corazón ya profanado.

Mientras el fuego de la chimenea extendía la sombra de la puerta que se abría en la habitación, y el intrépido caballero entraba, Beatriz se dio la vuelta y dejó caer sensualmente al suelo su tocado de perlas.

"Dime que no es un pecado", suplicó.

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